Todos sabemos que se leen pocos libros, cada vez menos. Y
que de los pocos libros que se leen, el Prólogo no se lo lee casi nadie. Pero
mi amigo Miguel Romero me pide que, por favor (y sin que sirva de precedente)
le prologue este libro que a lo largo de los últimos años ha escrito, después
de haber leído mucho, investigado otro tanto, y dádole al magín para recomponer
con sentido una información lejana y heterogénea. Y yo no dudo en complacerle.
Así es que aquí va este Prólogo que llega con el objetivo, simplemente, de
abrirle la puerta al libro que acaba de llamar a nuestras manos.
El gran sabio y humanista Gregorio Marañón y Posadillo,
llegó a escribir tantos prólogos que, cuando años después de su muerte mi
paisano Alfredo Juderías se lió a editar las Obras Completas del médico
madrileño, tuvo que reservar un tomo entero (unas mil páginas) para recogerlos
todos. Con Marañón nacía, pues, el género prólogo como una de las vertientes
contundentes y nítidas de la Literatura. A propósito de lo cual, el maestro de
sabios decía que sólo le interesaban los prólogos como oportunidades para
escribir, poco, sobre algún tema que no dominaba. Y, en todo caso, nunca
haciendo el resumen del libro, ni el panegírico del autor, sino aportando su
visión al tema. Su visión personal.
En este prólogo persigo la idea de alentar al lector a
que entre en el mundo que el libro describe. Un mundo particular, lejano, pero
aún vivo, el de los sefardíes, el de aquellos judíos que vivieron, conforme a
su religión, en la España que ellos llamaban Sefarad, y que un día de 1492
tuvieron que abandonar, deprisa y corriendo, a la fuerza, desperdigando sus
vidas, sus haciendas, y sus familias, por el ancho mundo. Abriendo un nuevo
capítulo a la Diáspora. No voy a decir cómo el autor cuenta eso en su libro, ni
quien sea Miguel Romero, al cual ya todos conocen, y más aún si han adquirido
este libro y se disponen a leerlo.
Lo que sí quiero decir es que el mundo sefardí está muy
vivo aún, de tal manera que cuando uno se acerca, aunque sea de refilón, a él,
notará que emana un latido, un perfume especial, una fuerza evocadora y un rito
cultural que impresionan. Yo tengo una amiga que vive en Estambul, Beki
Bardabid por más señas, que aún siendo turca de pasaporte es española por sus
ancestros. Que hizo años ha una tesis doctoral para la que algo ayudé, sobre
los refranes que dicen las viejas al calor del fuego, aquellos refranes que don
Iñigo López de Mendoza, el alcarreño marqués de Santillana, recogió en sus
correrías castellanas mediado el siglo XV, y cuando leyó los textos del marqués
y los comparó (ese era el objeto de su trabajo académico) con los refranes que
se decían en su sociedad turco-sefardí, quedó asombrada de cuanto se parecían…
esa es la esencia del sefardí (de la lengua y del sujeto) cuando uno lo conoce:
es como si nos saludara un hálito fresco de la España remota, cuajado durante
siglos en un habitáculo transparente del cielo, y nos desbordara en sonidos, en
amabilidad, en intenciones.
En este libro, Romero entra con profundidad en la España
antigua de los judíos. Se mueve como sólo un historiador de verdad sabe hacerlo
(por eso ha conseguido recientemente el nombramiento de académico
correspondiente en Cuenca de la Real Academia de la Historia) entre papeles
viejos, bibliografías, memorias raptadas y conversaciones vivas. Después de recoger
todo cuanto se puede saber sobre las aljamas de Cuenca, de Guadalajara, de
Maqueda (y de Huete, de Hita, de Sigüenza y de Valdeolivas), sobre los
encausados por el Santo Oficio de la Inquisición en los tribunales de Sigüenza
y Cuenca, y sobre la increíble historia de la composición de la Biblia “de la
Casa de Alba” que el alcarreño Moisés Arragel compuso en el siglo XV por
encargo de Luis de Guzmán, el gran maestre de la Orden de Calatrava.
Y cuando ya nos ha dejado medio ciegos con tanta luz
aportada, con tanto dato acumulado sobre la mesa, con tanto apellido caliente y
tan alta cifra de sufrimientos, entra a narrarnos una aventura personal, que se
hace novelesca en algunos momentos, y que nos muestra al autor como lo que es:
un intelectual que sabe dónde va, a qué puertas llama y qué preguntas hace. El
encuentro de Romero con Elías Canetti en su casa de Zürich, pocos años antes de
que el escritor (Premio Nobel ya, el primero concedido a un sefardí) muriera,
es una página, son muchas páginas cargadas de un clamor erudito, de una
sabiduría gaya y espléndida, desbordando juventud y ganas de infinito. Romero,
que es cronista oficial de Cañete, que fue un poco antes nacido en Boniches,
que ama Cañete como nadie (de ahí sus Alvaradas contundentes y sonoras) se
encontraba con el señor Cañete (Elías Canetti) que aun nacido en Bulgaria y
errante, como todos los judíos, por los mundos de la pena, se consideraba parte
de esa Sefarad a la que los españoles no hemos sabido cuidar porque nadie nos
ha enseñado a hacerlo.
En este libro, que es grueso pero leve, surgen tantas
fuentes de las que beber que nos parece pantanoso. El estudio de Moisés
Arragel, el judío de Guadalajara, al que califica de “hombre honesto,
inteligente, culto y laborioso” se ofrece como una mirada de profundo humanismo
hacia un pasado que siempre ha dado miedo. ¿judío, español, comentarista de la
Biblia, castellano…? La voz de los sefardíes se ha multiplicado por el mundo,
siempre fuera de su Sefarad querida. Esa voz múltiple y hermosa, que Beki
Bardavid ha recogido con mimo, que Margalit Matitihau ha puesto en sus versos
dulces, que García Seror ha investigado a través de los manuscritos de su
tatarabuelo Mardochée, que Eliyá Carmona ha buscado en viejos códices, se
encuentra en este libro. Que al final -tras leer sus capítulos varios- demustra
ser de una contundente estructura pensada y cuajada.
Como decía al principio, y como todos constatamos a
diario, los libros se leen poco, cada vez menos. Y el esfuerzo de los autores
por construirlos es apenas admirado, en nada correspondido: una tarea titánica,
la de subir al papel, cada día, miles de palabras que al final nos vencen y nos
tiran, cuesta abajo, hacia el abismo. Siempre quedan, sin embargo, libros como
este de Miguel Romero, que salvan una idea antigua, un rumor leve de algo que
casi pasó desapercibido. Tan suave todo, que solamente nos provoca un giro
mínimo del cuello hacia atrás, hacia donde nos ha parecido oir esa música, esa
noticia curiosa, esa voz que, sin embargo, se nos mete en el alma. Como la de
Margarita Monasterio cuando nos dice: “Por
la puerta yo pasí / te vide asentada / la yavedura yo bezí / como bezar la tu
kara…”
El autor, Romero
Saiz
Como en el prólogo que escribí al libro queda claro la
intencionalidad del mismo, y su contenido, en el que resaltan los estudios
sobre Moshé Arragel y Elías Canetti, doy aquí, para terminar, unos apuntes
breves sobre el autor, a quien considero un sabio, un incansable promotor de
actividades culturales y, sobre todo, un buen amigo.
Miguel Romero Sáiz es natural de Boniches (Cuenca), 1952,
aunque siempre se ha sentido intimamente ligado a Cañete por relaciones
familiares, participando desde hace mucho en la creación y organización de su
Alvarada (homenaje al más señalado hijo del pueblo, el condestable don Alvaro
de Luna). Estudió magisterio en la Escuela Normal “Fray Luis de León” acabando
sus estudios en 1972, y dedicándose desde entonces a la enseñanza, primero en
la Primaria, luego en Secundaria y actualmente en la Universitaria, de la que
es profesor de la UNED y su director en Cuenca. Mientras tanto cursó los
estudios de la licenciatura de Geografía e Historia que culminó con el grado
académico de doctor a través de su tesis “Mudéjares, moriscos e Inquisición en
el Señorío de Molina de Aragón”. Desde hace un año es académico correspondiente
de la de Historia en Cuenca, y Cronista oficial de es ciudad castellana.
Ha escrito numerosos libros, tanto de creación
literaria, cuentos infantiles, novelas, biografías (su último título, “Leonor
de Inglaterra, reina de Castilla” ha sido un gran éxito de ventas) como de
investigación histórica, sobre patrimonio conquense, castillos, viajeros,
artículos en numerosos medios de comunicación, e intervenciones en medios radiofónicos,
siendo este de “Las juderías de Cuenca y Guadalajara” su último y valioso
trabajo por el momento.
A.H.C.
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