Un libro vivo
Pérez Henares, a quien los amigos llamamos simplemente
Chani, acaba de brindarnos un nuevo libro. Tuve la suerte de asistir el otro
día a su presentación en la Librería LUA de Guadalajara, y conseguí que me lo
dedicara y firmara. A continuación, he dedicado unos cuantos ratos de serenidad
a leerlo. Estoy seguro, tras acabarlo, que lo volveré a leer alguna vez en la
vida. Porque lo merece. Y la relectura la merecen muy pocos libros: El Quijote,
el Retrato de Dorian Grey, y pocos más…
En este no hay investigaciones periodísticas, ni referencias
a viajes lejanos, ni historias de iberos/preiberos o sagas medievales. En este
hay sencillos momentos descriptivos en el mundo calmo en que vive el autor
cuando se retira. Y ve a los animales y las plantas que le rodean, y habla con
ellos, y aprende de ellos. Es muy difícil catalogar este libro en ningún género:
“amistad con la Naturaleza” quizás; “viaje interior”, no sé. Porque no todo el
mundo se dedica a “Contar estrellas” como hace Chani, ni a vigilar el enjambre
que las abejas le han hecho en subsuelo de la cabaña que tiene en el monte de
Altomira, ni a enamorarse de una jabalina que ha parido siete rayones y al
final se considera de su familia. No todo el mundo tiene la sensibilidad de
buscar entre los chaparros la vida que late, ni la paciencia que eso conlleva,
ni la cultura que supone respetarlo, íntegramente.
Solo quiero decir que he quedado, –tras leer las páginas de
“El sonido de la Tierra” de Antonio Pérez Henares–, deslumbrado de su lenguaje,
de sus atinadas observaciones, de su comunión con el mundo. El panteísmo en su
estado más puro. Quizás lo que nos salve, a la
larga, de tanta locura como nos rodea. No digo más, porque ya estoy
robando minutos a mis lectores de que lo sean de Chani. Con aplauso verdadero.
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